jueves, 10 de abril de 2008

Bautizados para resucitar con Cristo

Estamos en Pascua, la fiesta de las fiestas para un creyente; porque la fe cristiana tiene como núcleo central la resurrección de Jesucristo. Es la Pascua de Jesús la que da sentido a nuestra fe, hasta el punto de poder decir, con San Pablo: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana vuestra fe" (1Co 15,14).
Pero Cristo ha resucitado, y por tanto podemos creer y esperar en su promesa de que también a nosotros se nos resucitará en el último día. Sólo tenemos que creer en él, fiarnos de él, dejarnos guiar por él, y bautizarnos en el nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
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Porque, ¿qué es el bautismo, sino una participación sacramental (es decir, "misteriosa") en la muerte y resurrección de Cristo? En algunas iglesias primitivas se han descubierto antiguos batisterios consistentes en pequeñas balsas de agua en forma de cruz, con escalones para bajar en uno de sus brazos, y escalones para subir en el brazo opuesto, no sin antes haberse sumergido tres veces en el agua. Después de lo cual, el nuevo cristiano no se vestía con la misma ropa de antes, sino con una túnica blanca.
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El mensaje de los signos es evidente:

a) La forma de cruz nos recuerda que para resucitar con Cristo hay que morir con él a una vida de pecado, dando muerte al hombre viejo corrompido por el pecado, mortificando y controlando los sentidos y las pasiones que nos pueden alejar del camino de la vida.

b) La inmersión bajo el agua representa la muerte, la bajada al abismo, pues para los antiguos judíos el abismo era el lugar de los muertos.

c) La triple inmersión recuerda los tres días de Cristo en el sepulcro.

d) La salida del agua es el signo de nuestra resurrección como hombres/mujeres nuevos, criaturas nuevas renovadas por la gracia del Espíritu. El bautismo no es un simple lavado superficial. El agua del bautismo, como las aguas del Diluvio y del Mar Rojo, destruyen lo viejo (pecado, esclavitud) y de ella nace algo nuevo (gracia, libertad, hijos de Dios, pueblo de Dios)

d) La túnica blanca y nueva es el signo de esa humanidad nueva renacida del agua y del Espíritu.
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Por desgracia en nuestro tiempo no todos los signos bautismales son tan claros como lo eran entonces, y hay que explicarlos; sin embargo aún perviven:

a) Por supuesto se sigue utilizando el agua como elemento principal del sacramento, aunque en lugar de la triple inmersión se suele derramar el agua tres veces sobre la cabeza del neófito.

b) La unción (= crisma en griego) con aceite nos sigue recordando que el Bautimo nos consagra como miembros de Cristo sacerdote, profeta y rey, y nos hace, por tanto, partícipes de su sacerdocio (somos un pueblo de sacerdotes), de su realeza (somos un pueblo de reyes) y de su misión profética (somos un pueblo profético, llamado a ser portadores de la buena noticia).

c) También se sigue utilizando el signo de la vestidura blanca, pero queda reducido, por lo general, a un paño blanco colocado sobre la cabeza o sobre el pecho del niño (en países católicos la mayor parte de los bautizados siguen siendo niños recién nacidos, aunque está aumentando el número de adultos que se bautizan.

d) La vela que se enciende en el cirio pascual representa la luz de Cristo que ilumina al recién bautizado, transformándolo a su vez en luz del mundo y sal de la tierra (el rito de la sal se dejó de hacer recientemente después de la reforma del Concilio Vaticano II).

e) La oración del Padre nuestro que se reza antes de la bendición final nos recuerda que es el Bautismo el que nos permite exclamar con toda confianza: "¡Abba! ¡Padre!"
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Yo siento mucha pena porque muchos bautizados no son conscientes de su bautismo, de su condición de nuevas criaturas renovadas por la unción del Espíritu Santo, de la fuerza poderosa de Dios que hay en ellos, y que podría hacerles capaces de cualquier cosa. Pero es triste ver a tanto cristiano vivir como miserablemente como un "pordiosero", rebuscando en las cosas de aquí abajo la riqueza y la dignidad que lleva dentro. Es como si al nacer nos hubiesen abierto una cuenta corriente con una fortuna inmensa a nuestra disposición, y luego al crecer no hacemos uso de ella porque nadie nos lo ha dicho. Y vivimos como pobres infelices ignorando que somos los ricos herederos de Dios, Señor de todas las cosas, que se complace en darnos su Reino.
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Si este artículo sirve para que alguien tome conciencia de su condición y empiece a vivir la vida nueva de lo hijos de Dios destinados a reinar con Cristo, ya me daría por satisfecho. Ahí dejo la semilla. ¡Ojalá caiga en tierra buena y florezca en ella el fruto de la Pascua!
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Hermano/a, que el Señor te bendiga y haga de ti una criatura nueva.