domingo, 3 de febrero de 2008

María y el sacerdocio de los creyentes

La fiesta de la Purificación de la Virgen María y de la Presentación de Jesús en el templo que celebrábamos ayer tiene muchas lecturas, y la que quiero referir aquí es, quizás, una de las más importantes.
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Veíamos ayer, fiesta de la Candelaria, cómo José y María se dirigen al Templo de Jerusalén al cumplirse los cuarenta días del nacimiento de Jesús, el primogénito, para ofrecerlo a Dios y rescatarlo con un par de pichones, como establecía la ley. Pero antes del ofrecimiento, la madre tenía que cumplir un rito de purificación legal debido al parto.
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Aparte del buen ejemplo que para todos nosotros, y en particular para todas las familias creyentes, puede suponer la obediencia y docilidad de una familia tan cumplidora, el Evangelio (Lucas, 2, 22-40) va mucho más allá en la intencionalidad del relato.
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Si, como ya comentamos en otros post anteriores, en cada episodio de la infancia de Jesús hay como un anticipo profético de su misterio pascual de muerte y resurrección, en este de la Presentación tampoco podía faltar, y no me refiero solamente a la profecía de Simeón, anunciando a María que una espada de dolor le iba a traspasar el alma.
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No olvidemos que aquí nos encontramos en el templo, en el contexto de un sacrificio. Los dos pichones fueron sacrificados, para rescatar al hijo, según la ley. Y es la madre , después de su purificación, quien presenta al hijo ante el altar. No se necesita mucha imaginación, para entender que María, en ese momento, está anticipando algo que la Iglesia realiza a diario en el sacrificio eucarístico: el ofrecimiento al Padre de su Hijo unigénito, como sacrificio agradable y hostia inmaculada por nuestros pecados y por la salvación de todos los hombres.
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María representa, pues, en ese momento, a toda la Iglesia universal, en cuanto pueblo sacerdotal llamado a presentar al Padre, desde todos los confines de la tierra, una ofrenda pura. Y, puesto que la pureza no tiene que ser sólo cualidad de la víctima, sino también de quien la ofrece, es por eso que María, previamente, se ha sometido a un rito de purificación. ¿Qué sentido tendría, si no, la purificación de quien fue concebida sin mancha y estuvo preservada de todo pecado, si no fuera porque en ese momento no se representaba a sí misma, sino a todos nosotros, creyentes que formamos la Iglesia?
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Dicho eso se entiende mejor ahora por qué, cuando acudimos a nuestras iglesias a participar del sacrificio eucaristico, y sancionamos con nuestro Amén el ofrecimiento que el sacerdote, en nombre de todos, hace al Padre del sacrificio del cuerpo y de la sangre sangre de Cristo, desde al principio hasta el fin de la celebración no cesamos de renocernos pecadores, de pedir perdón por nuestras culpas, y de rogar al Señor que nos haga dignos de estar en su presencia. ¿Acaso no es la Misa también para nosotros un rito de purificación, como lo fue para María en el templo hace dos mil años. Un rito de purificación previo a la participación en el sacrificio de Cristo mediante la comunión de su cuerpo y de su sangre. Y se entiende mejor por qué, en el caso que nuestros pecados sean realmente graves, la Iglesia nos exija también la purificación mediante el Sacramento de la Reconciliación. Pues decía Jesús: "Si cuando vas a presentar tu ofrenda ante el altar te acuerdas de que algún hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda y ve primero a reconciliarte con tu hermano".
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Desde una visión más amplia, la Cuaresma que estamos a punto de empezar no es sino un tiempo de purificación previo a la celebración de los misterios pascuales, es decir, de la dolorosa entrega de Cristo al Padre en la Cena y en la Cruz, y de su gloriosa resurrección. Quien quiera participar de ese misterio de muerte y vida, no tiene más remedio que purificarse, pues nada impuro puede entrar en la presencia del Señor.
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Y no te canso más, amigo que me lees. Espero que estas reflexiones mías te ayuden a ser mejor cristiano, y a vivir con más coherencia tu vida de fe, siguiendo el ejemplo de María y, sobre todo, el de Jesús, porque todos estamos llamados a ser, con ellos, sacerdotes, víctimas y altar, para gloria del Padre.
Que él te bendiga.

1 comentario:

Georgina dijo...

Fray Tomas Galvez Campos, creador de este blog, fallecio Agosto 13, 2008.

Descanse en paz.