viernes, 4 de enero de 2008

Mirad la humildad de Dios

"Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29)
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Decía ayer que a Francisco le gustaba contemplar la humildad del Hijo de Dios en Belén, y su caridad en el Calvario. ¿Quién no recuerda lo que ocurrió en el monte de la Verna, cuando pidió al Señor poder experimentar algo de aquel amor inmenso que llevó a Cristo a ofrecer por amor a nosotros hasta la última gota de su sangre? Francisco quedó traspasado por cinco dolorosas llagas, para que entendiéramos nosotros que no es posible amar de verdad, como Cristo, sin pasar por la humillación y el sufrimiento. ¿Y quién no recuerda aquella Navidad en Greccio, cuando el santo de Asís quiso contemplar, y que todos contemplaran con él, el nacimiento pobre y humilde del Hijo de Dios en una cueva?
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San Francisco es el Santo de la Encarnación del Hijo de Dios. Toda su espiritualidad se centra en la contemplación del gran misterio de todo un Dios que se humilla haciéndose hombre. No olvidemos que tanto "homo" (hombre) como "humilis" (humilde) son palabras derivadas de "humus" (tierra). Francisco, aquel joven ambicioso que soñaba con ser un gran príncipe, descubrió en la humildad de Dios el camino a seguir para llegar a ser verdaderamente grande.
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Dicen los biógrafos que Francisco se tiraba al suelo cuando oía a alguien hablar de la pobreza de Jesús en Belén, o de su Madre "pobrecilla". Dicen que se relamía los labios y se le caía la baba hablando del Niño de Belén. Dicen que los animales que más le conmovían eran los corderos, porque le recordaban a Aquél que por nosotros se dejó llevar al matadero como manso cordero: el Cordero de Dios que con su sangre inocente lava los pecados del mundo. Pero él, en sus escritos, nos invita también a contemplar con él esa otra humillación a la que tantas veces no damos importancia o pasa desapercibida: la humildad de Dios en el misterio de la Eucaristía.
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Francisco dedicó gran parte de su Carta a toda la Orden a ese estupendo misterio. En ella empieza recordando a sus hermanos sacerdotes que "el hombre desprecia, contamina y pisotea al Cordero de Dios cuando, como dice el apóstol, no distingue ni discierne el pan santo de Cristo de otros alimentos o acciones, o lo come en vano e indignamente".
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Luego añade que "si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como se merece, porque lo llevó en su útero santísimo; si el bienaventurado Bautista se estremeció y no se atrevió a tocar la cabeza santa de Dios; si se venera el sepulcro donde yació algún tiempo, ¡cuán santo, justo y digno debe ser quien toca con sus manos, recibe en el corazón y en la boca y da a comer a otros no al (Cristo) mortal, sino al eternamente vencedor y glorioso, a quien los ángeles desean contemplar!".
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Por eso invita a sus hermanos sacerdotes a tener en cuenta su dignidad y a ser santos, "porque él es santo", y a reverenciar y honrar al Señor Dios, más que a nadie, con ese ministerio. Y le parece "gran miseria y miserable mezquindad" tenerlo delante y estar preocupados, en cambio, por cualquier otra cosa de este mundo.
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Por último, no pudiendo contenerse por más tiempo ante la sublimidad del misterio de la transformación del pan y del vino en el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Jesucristo, exclama, lleno de admiración: "¡Oh altura admirable y estupenda dignación! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh humilde sublimidad, que el Señor Dios del universo e Hijo de Dios se humille de ese modo, hasta esconderse en un pequeño trozo de pan, por nuestra salvación!"
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Y, dicho esto, invita a todos a ser humildes como Dios es humilde: "Mirad, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones; humillaos también vosotros, para que él os ensalce. Nada vuestro, pues, retengáis para vosotros, para que os acoja totalmente quien se ofrece totalmente a vosotros".
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Cuando aún nos quedan unos días del tiempo lítúrgico de Navidad, concluyo esta reflexión de hoy invitado a todos a reflexionar estas palabras de Francisco, y a contemplar cada día, como hacía él, la humildad de Dios, manifestada un día en Belén, otro día en el Calvario y, a diario, desde hace dos mil años, ante nuestros ojos, en el Sacramento de la Eucaristía. Tal vez así consigamos entender, como lo entendió Francisco en su tiempo, qué es lo que realmente quiere Dios de nosotros.
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Paz y bien.

2 comentarios:

L E Espinosa dijo...

fr Masseo,

Sigo tu blog, tengo poco que ingrese a la ofs, y en ese poco tiempo me he sentido muy bendecido pero tambien muy obligado, creo que no podemos ser catolicos sin ser franciscanos, haciendo nuestra la pobreza y humildad de Dios, asi como lo hizo San Francisco de Assis

FRAY JACOBA dijo...

Un poco exagerado el comentario ¿no?. Yo creo que no podemos ser católicos sin ser cristianos. Por encima de todo, Cristo debe ser nuestro ejemplo.