domingo, 6 de enero de 2008

Todos los pueblos lo adorarán


Epifanía quiere decir "manifestación". En la liturgia antigua se refería a las tres primeras manifestaciones del Hijo de Dios, el Mesías, al mundo: a los magos de oriente, a Juan en el Jordán, y a sus primeros discípulos en la boda de Caná. Ahora se han separado las tres manifestaciones, de manera que la fiesta de Epifanía se refiere, exclusivamente, a la manifestación del Salvador a los magos de oriente.
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Habrás notado que digo "magos" y no "reyes", porque así está escrito en el Evangelio de Mateo, que es el que nos cuenta este episodio. Lo que ocurre es que dicho pasaje nos recuerda demasiado a ciertas profecías mesiánicas del Antiguo Testamento, que anunciaban una futura afluencia de todos los pueblos de la tierra a Jerusalén, venidos de lejos para adorar al Dios de Israel y rendirle tributo de oro e incienso.
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El salmo 72 (71 en la versión vulgata latina), es uno de los más mesiánicos que existen. Es una especie de súplica y profecía, en la que se pide a Dios que asista "al Rey, al heredero del trono, para que gobierne a tu pueblo con justicia y a tus humildes con rectitud" (vv. 1-2). De ese reino aún por venir se pide "que los montes traigan paz, y los collados justicia" (probable referencia a sus principes y magistrados), y que el rey "defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador" (vv. 3-4). Unos versículos más adelante el salmo especifica mejor en qué consiste gobernar con justicia, paz y rectitud: "Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres; él rescatará sus vidas de la violencia, su sangre será preciosa a sus ojos" (vv. 12-14).
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El salmo no se refiere a un rey cualquiera de los muchos que reinaron en Israel y en Judá. Aunque parece inspirarse en el reinado de Salomón, heredero de David y rey pacífico, se pide que sea un rey eterno: "Que dure tanto como el sol, como la luna de edad en edad" (v. 5); que no irrumpa en la historia con violencia, sino mansamente "como lluvia sobre el césped, como llovizna que empapa la tierra" (v. 6); "que en sus días florezca la justicia y la paz, hasta que falte la luna" (v. 7); y que su dominio se extienda a todo el mundo, "de mar a mar, del Gran Río hasta el confín de la tierra" (v. 8).
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La esperanza del salmista y de todo el pueblo de Israel es que ante un rey así se postren todos sus rivales y enemigos (v. 9), "que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; que se ponstren ante él todos los reyes y que todos los pueblos le sirvan" (vv. 10-11); "que viva y que le traigan el oro de Saba", que recen por él y lo bendigan siempre (v. 15).
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Estos últimos versículos parecen estar inspirados la profecía del c. 60 de Isaías: "tu corazón (Jerusalén) se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor". Ambas profecías son las que han inspirado la multisecular tradición de llamar "reyes" a los magos de oriente, y de imaginarlos montados en camellos o dromedarios. Aunque no sabemos cuántos eran y se han hecho muchas conjeturas al respecto, ha prevalecido el número de tres, uno por cada don ofrecido: oro, incienso y mirra.
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Los creyentes, por tanto, a la luz del Antiguo y del Nuevo Testamento, vemos en la adoración de los magos el cumplimiento de las profecías referidas al futuro rey eterno descendiente de David, y de lo que el ángel Gabriel anunció a María: "Él será grande, será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la estirpe de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin" (Lc 1, 32-33).
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El cumplimiento, sin embargo, es aún parcial. Son muchos todavía los pueblos que desconocen al Salvador y no lo reconocen como Señor. Se nota, incluso, en nuestro tiempo, un retroceso del reinado del Señor Jesucristo, puesto que naciones enteras que antes se consideraban cristianas, empezando por sus gobernantes, han renegado de su fe y se han entregado a dioses falso que no pueden salvar. La promesa, no obstante, se mantiene en pie, y el mundo entero con sus gobernantes a la cabeza, tarde o temprano, tendrá que reconocer que no hay otro Dios que el Dios de Israel y su Mesías Jesucristo, y se postrarán ante él con cánticos de alabanza en sus bocas y dones preciosos en sus manos. Entonces será el reino de la justicia y de la paz en la tierra, cuando todas las bocas canten al unísono: "Bendito sea el Señor, Dios de Israel, el único que hace maravillas; bendito por siempre su nombre glorioso". Hasta que llegue el día en que se acabe la representación de este mundo, y la nueva Jerusalén del Reino que durará siempre descienda del cielo, como una esposa enjoyada para su esposo.
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Bonita fiesta, esta de la Epifanía, no sólo por la ilusión de los niños que esperan con ansia sus regalos, sino también por la ilusión de los verdaderos creyentes, que aguardan con ansia el cumplimiento de las promesas de Dios, mientras se esfuerzan en la construcción de un mundo donde reine la paz y la justicia.
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Que el Señor te bendiga y te colme de paz y de bienes.

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