sábado, 5 de enero de 2008

El mundo es un "nacimiento"


En estas Navidades he tenido oportunidad de ver muchos nacimientos (o belenes, o pesebres, que así se llaman también), de todos los tamaños: desde uno dentro de una pequeña bombilla de apenas 2 centímetros, hasta otro con figuras superiores al tamaño natural; de todos los estilos: españoles, napolitanos, romanos, sicilianos, checos, polacos, africanos, latinoamericanos, tradicionales, modernos...; y hechos con toda clase de materiales: barro, plástico, cartón, papel, piedra, vidrio, jabón, galletas, pasta italiana, corcho, poliestireno, madera, acero, cuerdas, telas...
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Es todo un mundo esto de los belenes, pero hay que reconocer también que el mundo entero es un gran nacimiento. ¿Por qué? Porque, mientras en los belenes se trata de representar de ciel mil maneras diferentes el nacimiento de Cristo y las circunstancias que lo rodearon, el mundo de hoy representa, cada año, aquellas mismas circunstancias.
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Pongamos, por ejemplo, un belén napolitano, que es el más barroco y sobrecargado de todos, con una multitud de personajes que casi no caben en el mismo. Estos belenes no representan el paisaje, ni las costumbres de Palestina, sino el mundo rococó napolitano del siglo XVIII. Un mundo de grandes apariencias, ropajes vistosos con mucho oropel, pero también de mucha pobreza e incluso miseria, de casas medio en ruínas... Sin embargo, mirándolo más allá de lo aparente, en realidad hay poca diferencia con lo que ocurrió hace dos mil años en Belén: el niño de una forastera (inmigrante) que nace en un establo sucio y maloliente, entre animales, en la más grande pobreza, y algunas personas, muy pocas, a quiénes se les ha revelado una buena noticia acerca de ese niño y de la misión que tiene que cumplir en este mundo. Gente sencilla: los pastores, que velan y cumplen bien con su trabajo; y gente inquieta: los magos, que sin creer en el Dios de Israel buscan signos en el cielo y siguen a la estrella, sin miedo a la larga travesía que tienen que hacer por el desierto, antes de llegar y postrarse ante el Hijo de Dios, entronizado sobre las faldas de María.
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Como en los nacimientos napolitanos, en Belén, hace dos mil años, la gente comía, bebía, vendía, compraba, molía, amasaba, pescaba, cultivaba, jugaba, lavaba y tendía la ropa, conducía su carro o su borrico... Y lo mismo sucede en en el mundo actual, porque no es muy distinto al siglo XVIII napolitano o siglo I en Palestina. ¿Qué es lo que vemos, si no, en el tiempo de Navidad? Que siguen siendo relativamente pocos, como los pastores de entonces, los que el día de Nochebuena acuden a las iglesias a adorar al Hijo de Dios. Y también son pocos los que velan de noche como los magos, buscando la luz de Dios y su verdad entre tanta luminaria multicolor y artificial de los adornos navideños y consumistas. Y muy pocos están dispuestos a dejar nada para ponerse en camino y emprender la gran aventura de la fe que podría llevarlos a conocer al verdadero Dios.
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Son multitud, en cambio, los que duermen y velan, los que compran y venden, los que comen y "descomen" (como el famoso "caganet" de los nacimientos catalanes), los que pescan, siembran, cultivan, transportan, muelen, amasan y almacenan (no sólo trigo, sino, sobre todo hoy, poder, dinero y fortunas inmensas). Siempre ha sido así: el mundo en general sigue caminos contrarios al verdadero espíritu de la Navidad, por mucho que se esfuerce en convertirla en una fiesta mágica y sin sentido. Porque la verdadera felicidad es la que nos enseña el Hijo de Dios estos días: dar, darlo todo darse totalmente; empobrecerse para que los otros sean ricos, padecer para que otros sean felices; regalar, más que recibir regalos.
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Quienquiera que seas tú, que lees estas líneas, a ti te toca decidir tu lugar en el gran belén de este mundo: o estas con los distraidos, con los que duermen, trabajan, viajan, comen y beben sin desear nada más; o estás del lado del pesebre, buscando la luz, siguiendo la estrella, adorando al Niño de María, ofreciéndole algo tuyo al Hijo de Dios hecho tierno y pobre por ti.
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Que él te colme de su paz

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